
Cuando nos enteramos de la partida al mundo de lo ignoto, de nuestra querida Maestra Ivelisse Prats-Ramírez de Pérez, sentimos lo que los egipcios experimentan cuando uno de sus faraones cesa de respirar para siempre.
Fue una difusa sensación: la de observar a un águila dorada que había extendido sus alas para volar más allá del sol, a lo infinito. Y que nos había dejado, confiada en que sus enseñanzas, como la semilla regada por los buenos sembradores, había caído en terreno fértil.
La tristeza se convirtió en indignación contra la perra parca, y en noble desafío, que aceptamos con una sonrisa, como ella nos enseñó: La de emularla.
Y lo haremos en la tarea de ser cultos, para ser libres, como mandó el inconmensurable José Martí. Seremos solidariamente buenos, para sentir en lo más profundo de nuestro ser, en carne viva y combate permanente, cualquier injusticia que se cometa contra cualquiera en cualquier parte del mundo, y sin importar el poder del abusador, como nos aleccionó el mártir de La Higuera.
Ivelisse, nuestra inolvidable Maestra, supo prodigar su vocación de sembradora desde la humilde aula de profesora de escuela, que la llenó de noble orgullo, con las manos y garganta llenas de tiza y la voz ronca; desde las aulas universitarias, con su hidalguía en la cátedra, como su eficiencia y eficacia en la administración; desde su luminosa columna sabatina En Plural, siempre con límpida prosa, profundidad de pensamientos y aliento de ciudadana militante; desde su amado Partido Revolucionario Dominicano (PRD), que luego se le metamorfoseó en Partido Revolucionario Moderno (PRM), pero sin abandonar los ideales de su entrañable líder y autor del poema Lloran las viejas campanas; desde la ADP, Twitter, su condición de directora del Instituto de Formación Política José Francisco Peña Gómez y desde su don de gente, firmeza de carácter y anhelo de Patria.
Pensar en la Maestra Ivelisse es recoger las eternas enseñanzas de Duarte y Hostos; de Luperón y Espaillat; de Martí y Bolívar; de Freire, Caamaño y Bosch.
Fueron sus modelos en la construcción constante, como un gerundio, del individuo, del sujeto consciente, del ciudadano comprometido, que sabe lo que debe ser y pone su voluntad y acción para lograrlo. Recordó siempre el imperativo categórico de Inmanuel Kant.
Así andaba nuestra querida Maestra Ivelisse, tras los pasos seguros de esos prohombres de Nuestra América, la morena, la de Rubén Darío, la que habla en español y todavía busca su destino.
Los que tuvimos la dicha de abrevar en las aguas cristalinas del saber de la Maestra Ivelisse, y la tratamos como amiga, sabemos que no morirá nunca, porque respetaremos su memoria, como nos enseñó Juan Bosch. Hasta siempre, mi querida Maestra Ivelisse.
Por: Rafael Ciprián
rafaelciprian@hotmail.com
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