¿Podemos ser adictos a la tecnología?
La “adicción a la tecnología” es un término relativamente frecuente en la prensa. A menudo relacionado con conceptos como “jóvenes”, “videojuegos”, “dispositivos” o “apps“, este fenómeno es mucho más complejo de lo que se piensa. La adicción a la tecnología existe, pero es un concepto que simplifica mucho una realidad que encierra una adicción conductual derivada de un mal uso de aquella.
¿Qué son las adicciones conductuales y qué tienen que ver con la tecnología?
Hasta hace pocas décadas se pensaba que solo las sustancias podían generar adicción. El tabaco, el alcohol y otras drogas. Aún no se conocía cómo funcionaba el cerebro y qué procesos químicos se segregan en algunos casos. Actualmente se sabe que ciertas actividades como el deporte, jugar a videojuegos o batir logros empresariales liberan endorfinas y otras sustancias.
En realidad podríamos decir (simplificando mucho) que la mayoría de adicciones sí son adicciones a ‘sustancias’. La diferencia a nivel químico entre lo que nos hace una cerveza y un juego es que la sustancia a la que somos adictos viene de fuera o de dentro del cuerpo. Las adicciones conductuales son aquellas en las que la adicción deriva porque el cuerpo genera sustancias que nos enganchan.
Así, toda adicción tecnológica es una adicción conductual. Pero esto no significa que todo uso tecnológico sea una adicción. Pensemos en la vigorexia y el deporte. Toda adicción al deporte (como es el caso de la vigorexia) es una adicción conductual, pero esto no significa que todo deporte sea adictivo. Al menos no de una forma nociva, ya que el deporte moderado es muy saludable y recomendable para mantener un estado de salud mínimo.
¿Por qué (y cuándo) somos adictos a la tecnología?
Marc Masip, en su libro ‘Desconecta’, ofrece un test que podemos realizar para comprobar si somos adictos a la tecnología. Resumido, trata de verificar cuánto control tenemos sobre el uso de la tecnología. ¿Es una herramienta bien usada, o nos domina por completo?
Si accedemos a la tableta de forma impulsiva, no podemos dejar de hacer scroll en las redes sociales, gastamos más dinero de lo que queremos en videojuegos o la tecnología afecta a nuestra vida social, es posible que estemos ante un caso de adicción tecnológica. Son algunos casos frecuentes pero no los únicos.
Como en cualquier adicción conductual —las hay tan extrañas como comer pelo o responder de forma malsonante— es más importante saber por qué se hace que qué se hace. Así, ocho horas delante del ordenador pueden ser una productiva jornada de trabajo o una adicción grave al mismo.
Una persona puede pasar semanas invirtiendo horas en leer tuits pero no por ello ser adicto, mientras que otra que dedica mucho menos tiempo puede tener un grave problema de mal uso. Por ejemplo, la primera persona puede estar investigando tendencias y la segunda se ve incapaz de cerrar Twitter durante el trabajo, lo que afecta seriamente a su rendimiento laboral.
¿Cómo saber si estamos usando bien la tecnología?
La tecnología es una herramienta, y esto abarca desde el último modelo de smartphone al lapicero para tomar apuntes. Se puede usar bien o mal. El lapicero puede utilizarse para escribir o mordisquearlo de forma compulsiva hasta desgastarlo, un uso para el que evidentemente no se diseñó.
Del mismo modo, un videojuego puede aportarnos una experiencia maravillosa durante el aprendizaje de un idioma o un tormento del que no podemos escapar porque volvemos una y otra vez pese a que sabemos que no deberíamos porque no pasamos tiempo con la familia. Todo esto es importante porque uno de los puntos básicos de la adicción a la tecnología deriva o implica un mal uso de ella.
Y en ocasiones una misma tecnología permite un buen (responsable) y un mal uso. Para saber si empleamos bien o mal una herramienta, lo primero que debemos entender es para qué sirve. Volvamos a las redes sociales, que en teoría están ahí para unir a las personas. ¿Disfruto de un rato con conversaciones interesantes o entro constantemente para mantener acaloradas discusiones que me enfadan?
Si nos detenemos a pensar, no suele ser difícil determinar si usamos la tecnología de forma correcta. Pero para ello hemos de detenernos un segundo. O 10, algo que no siempre es sencillo. Bruno Patino, autor de ‘La civilización de la memoria de pez’, destaca la dificultad para concentrarnos en un mundo de estímulos constantes. Porque esos estímulos pueden generar adicción.
Tecnología diseñada para ser adictiva
Si la tecnología es una herramienta, ¿pueden existir malas herramientas? No cabe duda. Así lo sostienen autores como Amber Case o Adam Alter, que señalan en sus respectivos libros cómo existe tecnología diseñada para la adicción, como algunos servicios de streaming que enlazan un capítulo con otro aumentando la tensión al final de cada capítulo y reproduciendo el siguiente (binge-watching).
También observamos este tipo de tecnología adictiva en juegos que exigen al usuario estar permanentemente conectado a riesgo de perder sus ‘puntos’. Es algo muy frecuente en juegos de tipo idlee incluso en entretenimientos adictivos que ya existían antes de las pantallas (los juegos de apuestas) pero que se han trasladado al mundo online. Y esto no quiere decir que todos los juegos sean adictivos.
Hace muchos años, cuando los videojuegos hicieron su aparición por primera vez, se pensaba que todos eran malos por naturaleza, solo por ser diferentes a otros juegos clásicos. Algo similar ocurrió con las redes sociales, con las criptomonedas e incluso con tecnologías como el 3G, 4G, 5G, etc.
Cada vez que sale una nueva tecnología tendemos a tenerle miedo y categorizarla como “mala” o “antinatural”. Sin embargo, bien usada, la tecnología puede aportarnos mucho en nuestra vida. Y si sospechamos que tanto nosotros como un familiar tiene un problema con ella, es aconsejable acudir a un especialista, ya que es un campo relativamente nuevo pero con expertos.
Por Marcos Martínez (Euklidiadas)
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