Cultura

Un Quijote memorable

La versión que dirigió Rafael Gil en 1947, año del cuarto centenario del nacimiento de Cervantes, es, hasta hoy, un monumento y un ejemplo de cómo adaptar una magna obra literaria al cine

La literatura española y el cine tienen sus matrimonios de cierto éxito (pocos) y sonoros divorcios (los más). Pocas obras clásicas logran su versión cinematográfica. Ni tiene que ser una copia (es imposible copiar letras en imágenes); ni una, se recomienda, alucinación delirante de un director engreído; ni siquiera una vulgarización bochornosa. Don Quijote de la Mancha es, probablemente, una de las novelas que más versiones cinematográficas ha conocido. La filmografía, desde el momento en que el séptimo arte, el arte total, comienza a configurar el imaginario social y cultural, es apabullante. Así que, en corto y por derecho, vaya el cuarto a espadas. La versión que dirigió Rafael Gil en 1947, año del cuarto centenario del nacimiento de Cervantes es, hasta hoy, un monumento y un ejemplo de cómo adaptar una magna obra literaria al cine y no solo salir ileso, sino lograr que, con el paso de los años, la película sea admirada por su “contención realista”, su “transparencia hollywoodiense” y, como escribiría ese tipo estupendo que fue Wenceslao Fernández Flórez en estas páginas de ABC, el 14 de marzo de 1948, por el cúmulo de “sugestiones de belleza” que contiene cada plano.

En el cine, el director es la estrella, sí, pero si además dispone de un equipo de colaboradores extraordinario la cosa ayuda. La fotografía de Alfredo Fraile, los decorados de Enrique Alarcón, la ambientación y el vestuario de Manuel Comba (bisnieto del pintor Eduardo Rosales), la música de Ernesto Halfter y las formidables interpretaciones de gentes como Rafael Rivelles y Juan Calvo, por solo destacar a los dos protagonistas, hacen de esta adaptación un Quijote, más de setenta años después de su rodaje, memorable. Desde la primera secuencia, la profundidad de campo, y las tomas plano-contraplano en función de cada personaje, la posición de la cámara, el claroscuro y la luminosidad de las tierras de la Mancha son la suma de esta genialidad. Esa profunda “quijotización” de Sancho, clave oculta de la novela; la desasosegadora melancolía ante la muerte de Alonso Quijano; las bromas de los Duques; las palizas de los aldeanos; la ironía que envuelve a la descripción de una sociedad recreada en su propia ignorancia; los dos mundos que cabalgan juntos, uno, en la quimera de sus sueños, otro, en busca de placeres más cercanos. Uno, pareciera que solo es de cintura para arriba y el otro, bonachón, de cintura para abajo. Honor y gloria para Rafael Gil y para una producción del cine español en unos años raros y tristes. José Luis Castro de Paz, queha escrito páginas espléndidas, documentadas, precisas y concisas sobre Rafael Gil describe a esta adaptación, en 2007, cómo “las más coherente versión cinematográfica de la obra de Cervantes que en la historia del cine ha sido.” Quien hoy vea la película no dudará de estas luminosas y justas palabras.

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