Opinión

Aporofobia, democracia y cristianismo

Padre José Pastor Ramírez

La filósofa y catedrática de la Universidad de Valencia, Adela Cortina, dio vida al concepto aporofobia, actualmente este forma parte del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española desde el 2017. La palabra aporofobia se refiere a los enfermos mentales, los migrantes, los refugiados, pero, sobre todo, a los que en cada ámbito de la vida social no poseen los recursos suficientes.

La aporofobia es un término nuevo, desafiante y revolucionario; capaz de transformar la realidad social. Hay que acabar con las tendencias sociales que lesionan la dignidad humana: xenofobia, misoginia, cristianofobia. Poner nombre a estas realidades es un modo de prevenirlas y combatirlas. Por ejemplo, a los ciclones se les asigna un nombre para identificarlos y tomar decisiones. Los ciclones sociales, a veces, son más voraces que los atmosféricos. El rechazo a los pobres, al desvalido y a los que están al borde del camino son huracanes sumamente feroces.

La aporofobia genera una asimetría entre los que tienen el poder económico y el conocimiento de los desamparados. Los países acogen con agrado a los inversionistas extranjeros. Pero hay otros extranjeros que generan rechazo social. ¿Se les rechaza por ser extranjeros o por ser pobres? Al pobre se le rechaza incluso hasta en la propia familia. La pobreza molesta e invisibiliza. Jesús de Nazaret, por el contrario, se pone del lado de los excluidos y de los pobres llamándolos bienaventurados: “felices los que tienen el espíritu del pobre, porque de ellos es el Reino de los Cielos”.

También, el ser humano se preocupa por los demás. Existe una disponibilidad a dar, pero también a recibir. Nuestras sociedades son cooperativas. También se cuenta con el comportamiento contractual que busca cumplir con los propios deberes siempre que el estado proteja nuestros derechos.

Constituye una alegre noticia el hecho de que sepamos cooperar y pactar. Pero qué acontece en la sociedad contractual con quienes no pueden dar nada a cambio. Los pobres no entran en el juego del intercambio, lo que poseen no es interesante. He aquí una de las causas de su exclusión. No nos molestan los beisbolistas ni los inversionistas, pero sí los andrajosos y los niños de la calle. El Apóstol Santiago recuerda a propósito que: “Su riqueza está corrompida y sus vestidos están apolillados. Su oro y su plata están herrumbrados”.

La otra buena noticia es la plasticidad cerebral; es decir, la posibilidad que tiene la persona de cambiar y de modificar su conducta. La aporofobia constituye un atentado contra la dignidad humana; además, es incompatible con la democracia y el cristianismo. La clave de la democracia es la igualdad, así como del cristianismo lo son la fraternidad y la comunión. Hay que desactivar la aporofobia; y esto solo se puede hacer desde la educación formal y desde la no formal, en alianza con los medios de comunicación en general.

Es preciso educar para la compasión, es decir, para sufrir con los demás su dolor, su alegría y su esperanza. Será necesario convencerse de que todos los seres humanos tenemos algo que ofrecer. Hay que erradicar el comportamiento aporofóbico.

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